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Reseña: “EL HUNDIMIENTO DE LA BANCA”, de Íñigo de Barrón

  • Javier Borràs
  • 16 mar 2015
  • 6 Min. de lectura

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“El hundimiento de la banca” es la explicación de cómo y por qué se han destruido las cajas de ahorro españolas. Es decir, cuál ha sido el impacto de la crisis económica mundial en el sistema financiero español. En esta caída de las cajas de ahorro el autor señala tres principales culpables: los políticos, el Banco de España y las propias cajas. Una historia de estupidez, connivencia política e irresponsabilidad.


Íñigo de Barrón es periodista económico en El País y demuestra estilo de profesión cumpliendo la misión de cualquier reportero: explicar de manera clara la complejidad de las situaciones, más aún en el ámbito económico. “El hundimiento de la banca” (por otro lado, un título poco “sexy”, que puede generar rechazo al pensar que es “otro más” dentro de la moda divulgativa) no es una lectura fácil ni para “dummies”: se trata de un seguimiento de la crisis económica a nivel español con todas sus dificultades en apuntar a culpables y en narrar procesos financieros complejos. El acierto del autor es explicar todo a través de una prosa limpia, que no excluye la complejidad, pero que facilita su acceso, en oposición a una academia basada en el lenguaje abigarrado y el estilo pretendidamente más complejo por lo oscuro de su forma. Y, también, hacer que después de la lectura del libro, las noticias sobre economía española pasen del misterio jeroglífico al interés de lo inicialmente conocido.

La primera pulla contra los políticos es la gestión del inicio de la crisis, en la etapa Zapatero. De Barrón señala muy convencido -ante la inocente percepción de cierta izquierda, que cree que dejar caer a los bancos en un sistema capitalista es la mejor opción y alineándose así con los libertarios de derechas- que la inyección de dinero público a la banca en los primeros momentos de la crisis habría sido la mejor solución, ya que habría evitado que esas entidades financieras (que al fin y al cabo son los armarios donde guardan su dinero todos los españoles) cayeran o entraran en fusiones absurdas: “todos los estudios concluyen que se debería haber inyectado dinero público -ninguna crisis bancaria internacional se ha resuelto de otro modo- en grandes cantidades cuanto antes, sanear el sistema, castigar a los culpables y tratar de recuperar las inversiones”. El autor señala otro punto aún más grave: si se hubiera usado ese dinero inicialmente para evitar caídas de los bancos, el contribuyente -el ciudadano de a pie- se habría ahorrado todo el dinero que ahora está pagando para salvar entidades moribundas y que llevó a una de las peores situaciones: tener que resucitar a las cajas de ahorro con dinero público (el llamado FROB), el aumento considerable de la deuda pública como consecuencia -con monstruos como Bankia de por medio- y la recurrida de España a la gran trampa, el “rescate” europeo donde a cambio de dinero para financiar esa deuda, el país debe cumplir unos recortes y unas reformas de austeridad en las condiciones de trabajo, de la administración y de los servicios públicos. La estupidez o la cobardía de los políticos la pagan ahora los ciudadanos, en forma de recortes sociales y medidas de austeridad.


Por otro lado, De Barrón también tiene reservados varios ataques contra esa entidad difusa y medio olvidada, y que la mayoría de los españoles -me incluyo yo mismo antes de leer el libro- no sabe del todo para qué funciona: el Banco de España. El autor tiene guardadas varias perlas contra el gobernador que tuvo que lidiar con la explosión de la crisis, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, al que acusa de haber tenido una actitud cobarde al conocer que existía una crisis económica y unas cajas de ahorro endebles y que, para no perjudicar la opinión pública del gobierno de turno y “no meterse en política”, calló y no tomó ninguna acción pertinente para mejorar o cambiar esa situación. Tal como explica el autor, muchos de los funcionarios del Banco de España dieron cuenta del lamentable estado del sector financiero (incluso realizaron la primera huelga en la historia de este gremio, para pedir más independencia y que los informes que no eran favorables se tuvieran en cuenta, en vez de esconderlos para no causar miedo o críticas entre la población). Aún así, los dirigentes del Banco de España mantuvieron la boca bien pequeña, y no aplicaron sus funciones de regulación y control para que la situación no se fuera de las manos.


Aunque el premio a la estupidez se lo llevan las cajas de ahorro españolas. Tanto bancos como cajas de ahorro se empacharon en base a la construcción y a los negocios inmobiliarios, pero unos fueron mucho más listos que otros. Al oler posibles problemas, cuando la crisis y los nubarrones se acercaban, una parte de los asistentes al festín decidieron empezar a vender sus holdings inmobiliarios y rebajar su participación y inversiones en el ámbito de la construcción. El autor en este caso es demoledor: mientras que entidades como el Santander, La Caixa, el BBVA o Unicaja “tenían un 15 por ciento de préstamos al sector inmobiliario sobre el total de la cartera de créditos en el cénit de la expansión del ladrillo (2006), las otras (la mayoría de cajas de ahorro), que ya no existen o están nacionalizadas, superaban el 50 por ciento. Por eso había entidades que empezaron la crisis con un 1 por ciento de morosidad y otras lo hacían con el 6 por ciento”. Este fue el principal factor para la destrucción del sistema de cajas de ahorro español: para ganar más y rápido se centraron en el monocultivo del ladrillo hasta que vino una plaga y arrasó con toda su cosecha. Si se hubieran dedicado a más negocios que a la tentadora construcción, la cosa habría sido bien distinta.


¿Pero por qué se dejaron tan fácilmente convencer para caer en el abismo? De Barrón propone dos factores: ya les iba bien y eran poco profesionales. El autor explica que muchas de las cajas de ahorro -con la supuesta intención de que todos los sectores de la sociedad vigilaran que hacían- contaban con consejos de administración que incluían a monjes, bailarinas, sindicalistas o concejales sin ninguna preparación en términos económicos. Eso generaba que la supervisión fuese nula (por falta de conocimientos) y que el negocio fuera en manos o beneficio de quien sabía de verdad del tema: los constructores y sus adalides políticos que vendían la moto del ingreso fácil a cambio de la inversión en sus negocios. De Barrón no critica que los políticos participen en la dirección de los bancos (muchas de las cajas de ahorro estaban dirigidas por dirigentes de los partidos) sino que estos políticos encargados no tengan preparación en este sector. Al final, todo eso perjudicaba a los ahorradores y a las propias cajas, que se metieron en negocios que acabarían siendo su ruina y que serían pagados por todos los españoles. Y lo peor: sin consecuencias jurídicas que juzgasen la dejadez e irresponsabilidad de los encargados.


El libro acaba explicando una de las últimas jugadas maestras que pesa sobre los bolsillos de los ciudadanos: Bankia. El autor tiene la capacidad de ir resiguiendo el proceso de negociaciones entre Rodrigo Rato, Luis de Guindos y los gobernadores del Banco de España, para ver qué se hizo mal y como se gestó el petardo final que hizo que el gobierno tuviera que recurrir al encadenante “rescate” europeo. La trama empezó con el expresidente Aznar poniendo a Miguel Blesa, un abogado cercano al partido y sin conocimiento financieros -qué novedad-, al cargo de Caja Madrid. También -para variar- la entidad se endeudó en más del cincuenta por ciento en créditos a la construcción y vivienda. Como explica el autor, uno de los ideólogos en la creación del “monstruo inmanejable” fue el gobernador Ordóñez, que decía que “como Caja Madrid no gana lo suficiente, debe unirse a otras para obtener resultados. ¿La unieron con alguna muy rentable? No, todo lo contrario. La fusionaron con Bancaja, que estaba en una situación peor. El resultado fue la creación de una entidad sistémica inviable donde antes no la había”. De Barrón sigue explicando como el juego de egos de Rodrigo Rato impidió una fusión entre Bankia y La Caixa, y que acabó con una entrega de cuentas manipulada que escondía el gran desastre: unas pérdidas de 7.000 millones de euros en el año 2011, el número más alto en la historia financiera de España.

 
 
 

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