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Una forma de concienciarse ante los fraudes de la corporación

  • Tomàs Martínez
  • 17 mar 2015
  • 6 Min. de lectura

John Kenneth Galbraith publicó en 2004 La economía del fraude inocente, un análisis sobre el sistema económico de la época que, once años después, sigue completamente vigente. Se trata de una visión muy crítica con el sistema económico, corporativo y, en definitiva, de poder de los Estados Unidos. La intención del libro es clara desde el primer momento, por lo que no podemos decir que la contundencia de Galbraith nos sorprenda una vez leídas las primeras páginas. En el mismo prólogo ya adelanta su conclusión: “En la economía y en la política la realidad está más oscurecida por las preferencias y hábitos sociales y los intereses pecuniarios personales y colectivos que en cualquier otro ámbito”[1].


Galbraith argumenta que “la corporación” –etiqueta para hablar de las grandes empresas, las multinacionales­– impone su discurso mediático a partir de su papel dominante en la economía moderna y a partir de ahí se va propagando lo que llama “fraude inocente”, pues la ciudadanía no siempre es consciente de cómo se han formado sus opiniones sobre el mundo económico. Es decir, la población a menudo asume como propios puntos de vista que benefician, sobre todo, los intereses de la corporación, que saca partido de su poder en un sistema pensado para enriquecerse, a menudo el único objetivo de la economía. Este es su punto de partida.


En cambio, puede sorprender un poco más el posicionamiento del autor si tenemos en cuenta que Galbraith fue un economista muy reconocido, ex asesor político y expresidente de la American Economic Association, organización que publica varias revistas académicas en clave económica. Así pues, en cierta medida Galbraith formó parte del sistema que después critica, quizás porque se ha dado cuenta de lo que representaba y de los distintos fraudes encubiertos que la ciudadanía ha asumido y en los que distintas esferas de la opinión pública y económica han colaborado. Al mismo tiempo, esto también le permite argumentar sus opiniones, pues conoce a la perfección el tema del que habla e incluso goza de experiencia suficiente para relatar la evolución de los sistemas económicos a lo largo del siglo XX. En esta misma línea, se entiende que una de las medidas que propone Galbraith sea que los medios de comunicación vigilen y controlen la corporación[2]. Lo considera básico para evitar que las empresas más influyentes actúen con absoluta libertad e impunidad. Al menos les resultará más complicado si hay alguien que denuncia su falta de escrúpulos.


Porque La economía del fraude inocente, sobre todo, ayuda a tomar consciencia de muchos de los pequeños fraudes (inocentes o no tanto) que benefician a las grandes empresas. El discurso de Galbraith es duro y directo. Su forma de escribir es bastante concisa, no da rodeos y ataca la raíz los temas que trata en el libro. Esta forma de escribir, implacable, impacta y dota de gran contundencia a los argumentos del economista norteamericano. Pero también le ayuda a cumplir sus objetivos, pues siendo mucho más directo y punzante destapa la realidad al lector, que choca con las revelaciones de Galbraith. El impacto de su discurso no sería el mismo si lo articulara de forma barroca, yéndose por las ramas.


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El economista americano sostiene juicios como tildar de “uno de los mayores fraudes de nuestra época”[3] a la creencia de que el gasto es una cuestión de libre elección del consumidor. El autor niega que el consumidor sea el verdadero soberano de la economía, pues está influenciado por múltiples factores. Uno de los más importantes es el marketing, aspecto al que las corporaciones dedican ingentes cantidades de dinero para modificar la percepción del consumidor. Como para que después argumenten que “el consumidor es soberano”[4]. En realidad, las empresas le dedican tanta importancia al marketing porque son perfectamente conscientes de su eficacia.


Resulta complicado refutar el posicionamiento de Galbraith, porque suele llevar razón. La construcción de sus argumentos es convincente, pues los expone de forma muy clara e incluso didáctica. Primero explica cuál es la situación actual, cuáles son las definiciones aceptadas en la sociedad, cómo creemos que funciona un aspecto concreto de la economía… y luego lo rebate con fuerza, atacando los puntos débiles de la argumentación mayoritaria, realizada por la corporación y aceptada por el grueso de la ciudadanía, quizás porque no se ha parado a reflexionar en el verdadero significado de los mensajes que recibe. El modo como construye sus argumentos facilita el seguimiento a los lectores poco familiarizados con el tema, uno de los objetivos de su libro. Además, la claridad de su mensaje también hace reflexionar al lector y le inculca una visión más crítica respecto su sociedad.


Sin embargo, también es cierto que la visión de Galbraith sufre algunas limitaciones. En La economía del fraude inocente la gran mayoría de referencias aluden al sistema económico y político de los Estados Unidos. Si bien es cierto que los Estados Unidos eran (y aún son) la principal potencia a nivel tanto económico como político y cultural (respecto a su capacidad de controlar los medios de comunicación de masas, sobre todo), el libro carece de referencias al resto del mundo. Sobre todo al continente europeo, mencionado de pasada, que seguramente goza de algunas particularidades que lo distinguen del sistema americano.


Así pues, echo en falta comparaciones con Europa o Asia, donde quizás el sistema económico tan criticado por Galbraith sea distinto, o al menos digno de algunos matices. Sobre todo en el caso europeo, que durante muchos años ha alardeado de “Estado del Bienestar” y de medidas sociales para paliar las desigualdades. Algunos autores, como Tony Judt en Algo va mal[5], han expuesto su opinión respecto al desmembramiento de este sistema característico en Europa Occidental en los últimos años y esperaba, sobre todo tras los primeros capítulos del libro, alguna referencia. Se pasa por encima del concepto de socialdemocracia y se explica que el sector privado absorbe cada vez más al público, pero siempre centrándose en el caso estadounidense, que en ocasiones parece el único modelo.


Del mismo modo, el libro de Galbraith también dedica parte de su atención al fraude de las corporaciones y gobiernos respecto a los ciudadanos, orientando el foco en la población estadounidense, y no trata otros posibles fraudes consentidos como la desigualdad en la competencia entre países de distintos continentes. Del mismo modo que las corporaciones condicionan las decisiones de los ciudadanos, los países más potentes suelen condicionar las decisiones de los más pequeños según sus intereses, por mucho que a menudo se diga que se trata por su propio bien.


En esta línea solo encontramos algún guiño (indirecto) al respecto cuando se aborda una de las temáticas estrella de Galbraith: la guerra. El economista norteamericano considera la guerra como “el peor de los fracasos humanos[6]”, pero atribuye sus causas, en gran parte, a los intereses de las corporaciones. Explica que promover los conflictos bélicos beneficia al ejército y a los fabricantes de armas, y también argumenta que los ataques violentos ni siquiera son los métodos más efectivos en una guerra. En esto Galbraith tiene razón, pero las guerras no solo se originan por los intereses de unas cuantas empresas, por influyentes que sean. La consecuencia suele ser enriquecer una minoría con intereses detrás del conflicto, pero a menudo también se esconden motivos estratégicos, disputas territoriales, recursos naturales o regímenes políticos poco dóciles.


Así pues, Galbraith pone el dedo en la llaga en distintos temas económicos como el trabajo, las fuerzas que rigen el mercado o el debate entre el sector público y privado. Explica cómo funciona la economía en Estados Unidos y cómo las grandes corporaciones quieren transmitir lo que les interesa para que no trascienda el verdadero funcionamiento del sistema económico. Galbraith es duro y directo, pero al mismo tiempo expone varios problemas presentes en 2004 y que se perpetúan todavía a día de hoy, lo que dota de más valía a La economía del fraude inocente.


El contenido del libro sigue vigente, por lo que ayuda a comprender mejor el funcionamiento del mundo y distintos aspectos asumidos como normales cuando en realidad no debería ser así. Ahí reside el verdadero valor de la obra y el motivo por el que más me ha gustado y recomendaría su lectura –incluso a aquellos con menos nociones sobre economía– pese a algunas limitaciones comentadas antes: amplía los horizontes del lector y su capacidad crítica respecto al sistema económico hegemónico a día de hoy. También desde la perspectiva del periodista, que debe estar bien informado para denunciar estos fraudes.


[1] GALBRAITH, J.K. (2004). La economía del fraude inocente: la verdad de nuestro tiempo. Crítica, Barcelona (p.10).

[2] GALBRAITH, J.K. (2004). La economía del fraude inocente: la verdad de nuestro tiempo. Crítica, Barcelona (p.85-86).

[3] GALBRAITH, J.K. (2004). La economía del fraude inocente: la verdad de nuestro tiempo. Crítica, Barcelona (p.32).

[4] GALBRAITH, J.K. (2004). La economía del fraude inocente: la verdad de nuestro tiempo. Crítica, Barcelona (p.29).

[5] JUDT, T. (2010). Algo va mal. Madrid, Taurus.

[6] GALBRAITH, J.K. (2004). La economía del fraude inocente: la verdad de nuestro tiempo. Crítica, Barcelona (p.102).

 
 
 

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