El dinero puede ser cutre (crónica de la visita a la Bolsa de Barcelona)
- Javier Borràs
- 29 mar 2015
- 2 Min. de lectura
Sé que hay lugares donde 2.000 euros no son nada. Creo que nunca había estado en uno de ellos, o al menos no me lo habían dicho a la cara. “Necesitáis un mínimo de 2.000 euros para entrar en Bolsa, pero es una cantidad insignificante” cuenta la guía que explica a los grupos el funcionamiento de la Bolsa de Barcelona. No hay que ser ingenuos: todo el mundo sabe que las finanzas mueven casi todo el dinero del mundo. Los brokers y dealers -hay cierto poder en pronunciar estas palabras- de Barcelona podían llegar a mover unos 10.000 millones de euros al día. La resaca ahora pasa factura y sólo mueven 2.500 por jornada.
El dinero no conlleva glamour. A veces puede ser bastante cutre. Una bandera de la Unión Europea cuelga del balcón interior de la Bolsa. Es de hace 20 años y le faltan estrellas de los nuevos países incorporados. Hay jubilados paseando y mirando los ordenadores, donde se puede consultar gratis los movimientos financieros y las cotizaciones. Una señora de unos 70 años coge un paraguas abandonado al lado de los ordenadores, puestos en fila uno al lado del otro, mira a un lado y a otro por si alguien la ve y se va. Al cabo de un rato, se acerca un viejo que nos pregunta si hemos visto un paraguas. La gente se ríe nerviosa y no dice nada.
Al margen del pasillo principal hay señores vestidos como oficinistas que miran números en sus pantallas de ordenador. Algunos tienen una doble pantalla. Uno de ellos tiene un juego de rol en funcionamiento, en la segunda pantalla. Dos chavales en sudadera, uno con gorra hacia atrás, hablan con un encargado durante media hora. Al observarlos, te devuelven una mirada nerviosa y esquiva. Por encima de ellos hay las pantallas de movimientos financieros: los colores y estética son prácticamente iguales a los del primitivo Teletexto.
“En el restaurante hay pantallas con información del mercado” nos explica orgullosa la guía, que elogia el vicioso compromiso de los brokers y dealers para no perderse un movimiento con el que ganar un poco más. Pero aún no he visto a nadie nervioso en todo el edificio. Los jubilados pasean y el oficinista sigue con su juego de rol. En la Bolsa ya no se grita, ni se fuma.
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